El gobierno reformista de la Nueva Mayoría ha prometido llevar adelante un programa de cambios que pueden alterar el curso del proyecto neoliberal que hasta hace poco sostenían no pocos ex concertacionistas. No obstante, prevalecen lógicas de continuidad del elitismo despolitizador que opera como lastre en circuitos del poder gobernante.
En un contexto en donde se intenta gobernar con los viejos grupos de poder político, aislados de la sociedad civil, como se observa en la reforma educacional y el intento por excluir a los estudiantes del debate o en la reforma previsional, la estrategia de la movilización ascendente, multiforme, democrática, institucional y no institucional parece ser el modo en que la astucia de la historia se abre paso para poner término a un modelo diseñado en dictadura.
Si observamos detenidamente el cuadro político desde la instalación de la Nueva Mayoría en el poder del Estado, no se aprecia una recomposición de complicidad en torno a proyectos de cambio estructural como los señalados en el programa de gobierno. Las reformas más simbólicas que apuntarían al desmontaje de aparatos y sistemas de control y disciplinamiento social hacia las reglas de un orden naturalizado fundado en el espejismo del mercado, adolecen de fuerza comunicacional, no logran persuadir de sus bondades, quedando como engendros de campaña que podrían ser abortados a la primera contracción derivada de la acción colectiva.
La política dispone del escaso tiempo para seducir con sus bondades de orden y eventual bienestar social; pero el tiempo es escaso y más allá de los avatares de la vida se hace urgente decantar qué se quiere realmente para Chile, qué proyecto se espera construir y con quiénes.
Como siempre ha sucedido, la formidable expresión de poder ciudadano demostrado nuevamente en las calles de Chile por el movimiento estudiantil, nos recuerda una vez más que no existen cambios sin movilización, sin acción ciudadana.
Poner término al orden institucional autoritario y de mercado que traza la Constitución de Pinochet-Lagos, es por cierto la mayor de las tareas que tiene por delante la sociedad civil chilena; siendo los eslabones débiles de la cadena las reformas limitadas a sistemas funcionales, como las que hoy son cuestionadas por el movimiento estudiantil y sindical.
A dos meses de iniciado el nuevo gobierno emergen indicios que señalan la formación de una nueva voluntad transformadora, no recluida en gabinetes ni circuitos de poder.
La vieja idea de concordar en un nuevo pacto o contrato que permita sustentar un nuevo orden democrático requiere perspectiva y generosidad. El actual gobierno, aun cuando se presente como instituyente de un nuevo ciclo, no lo es por cuanto aquello supone convergencia estratégica entre actores estatales y no estatales, y no disponer de ese material cuya inexistencia se expresa como déficit crónico: la audacia.
Puede ser el sentido de nuestro tiempo, puede ser lo posible, pero se dibujan las tendencias que marcan el escenario de los próximos años.
Adolfo Castillo
Director de Pregrado, Universidad ARCIS