Viaje kafkiano a los juzgados de Policía Local de Valparaíso. Por Edgar Guíñez.

La impresión es que algún maquiavélico cerebro hubiera  dispuesto esta  tramitación para hacerte pagar, no sólo la multa, sino que el castigo doble de vivir este infierno burocrático para que no te queden ganas de volver a pasar a llevar las normas

Una experiencia difícil de explicar viven los vecinos de Valparaíso que, por alguna razón, van a dar a alguno de los Juzgados de Policía Local ubicados en un añoso  y vetusto edificio, en la calle Eleuterio Ramírez, a metros de la sede municipal porteña.

En efecto, llegar a uno de estos juzgados requiere de una fortaleza anímica importante y la mejor disposición para soportar, sin perder la calma, el cansino funcionar de estas reparticiones que, a simple vista, parecen ancladas en la medianía del siglo pasado.

La primera impresión es decepcionante

Parece un viaje al mundo kafkiano del “Proceso”,  oficinas de aspecto lúgubre y sin ninguna comodidad reciben día a día a centenares de personas que deben ir a presentarse para dar cuenta de algún tipo de infracción de beneficio municipal. Kafka, el conocido autor checo, no podría haber imaginado un ambiente más deprimente, lúgubre y amenazante.

Largas listas de infractores de distintas normas municipales, establecidas en el Artículo 13 de la ley  15.321, que define las atribuciones y funciones de los juzgados de policía local, son recibidos día a día en sus dependencias.

La mayoría de ellos infraccionados por los inspectores municipales, que pululan por la ciudad, al acecho de algún vecino despistado que estacionó mal su vehículo, o de otro que no ha pagado los derechos comerciales de su local, o el de más allá que se enfrascó en una discusión que terminó  en una riña, o el colectivero que dejó bajarse a un pasajero en un lugar no autorizado, en fin todos van a dar allá, a los juzgados de policía local, citados a la misma hora, a la 9 de la mañana  y donde deben esperar largo tiempo para ser atendidos.

El periplo es el siguiente, extremadamente  complejo si se trata de un novato, el que  allí cae por vez primera es presa fácil de los adustos funcionarios que con un rostro entre la molestia y el tedio responden las preguntas, a sus ojos, inverosímiles, de algún infractor despistado.

“Señorita, señor” dice uno enarbolando la citación frente al mesón de atención, si tiene suerte, a la tercera  vez que pide atención, será atendido por una funcionaria que se mueve entre rumas de expedientes acumulados por todos lados, carpetas que sobresalen de los escritorios, todo tipo de timbres, hojas de distintos colores. ¿Qué necesita? espeta con voz autoritaria la dependienta, mirando con ojos inquisidores al vecino, que trata de aparecer amable, “mire -le dice- estoy citado…” y antes de que termine de explicar le arranca el papel de la mano, lo mira y le dice “…por esa oficina”, le devuelve el papel y se da media vuelta…dejando al novato infractor con la citación en la mano y ahora con más dudas…repitiendo mentalmente…por esa oficina…por esa oficina qué?!.

No falta un alma caritativa, de entre el público, que ya antes ha pasado por allí, que se apiada y le indica que debe mirar el enorme listado puesto en un panel en pésimas condiciones “…vea si aparece allí, si es así espere que lo llamen”. Esta escena se repetirá muchas veces durante la mañana.

A medida que avanza la hora las estrechas dependencias empiezan a llenarse de personas citadas ese día, también llegan abogados, acompañados de su clientes, testigos o que vienen a mirar o pedir expedientes,  ahora sí solícitos los funcionarios se apuran en traer, con una sonrisa que ilumina sus facciones, los voluminosos archivos, se dan tiempo de atender a los juristas con quienes conversan como si tuvieran todo el tiempo del mundo, mientras al frente de ellos, varios recién llegados levantan sus citaciones para enterarse de qué deben hacer.

A la luz mortecina, de antiguos tubos fluorescentes, se suma un ligero hedor que comienza a acumularse mediante la combinación de mucha gente y poco espacio. La situación empieza a poner a prueba la paciencia de quienes allí se encuentran. Un observador despierto notará conversaciones en sordina en las que se expresa el malestar que, contenido, se siente en lo pesado del ambiente.

De pronto se abre una puerta y aparece un señor que c legajo en mano, a viva voz, señala nombres de personas, los nombrados como si les aplicarán un shock eléctrico se espabilan y corren hacia el señor, da la impresión que temieran, si demoran, quedar fuera del llamado con la consiguiente nueva y torturante espera.

El aspecto decadente de las oficinas exteriores se replica en el espacio interior en que ha sido introducido el infractor que debe esperar unos minutos para ser “escuchado” por el “magistrado” quien tiene por misión determinar el monto de la multa, atendida la calidad de la infracción, previa lectura del parte policial o del inspector según corresponda.

Es como una representación teatral,  con la salvedad que se trata de la realidad, la escenografía con muebles desgastados y un juez de ceño fruncido, que mira con cierto desdén y con aires que evidencian el poder que ostenta, pregunta con voz autoritaria ¿Cuáles son su descargos?

El infractor intenta explicar la situación y antes que lleve media frase hilada, el magistrado, lo interrumpe y le dice…ya…le rebajo la multa a 25 mil…que pasé el siguiente.

Con la sensación de irrealidad que impone la situación, el trámite inmediato es acercarse a la única caja que atiende a los tres juzgados que funcionan en el lugar, llegar ahí y darse cuenta de la inmensa fila que ocupará otros tantos minutos de su tiempo, es la prueba final de un proceso que todavía requiere de un último trámite, del que ya tiene conocimiento, pues se le ha indicado que una vez cancelado el “parte” deberá volver al mesón de información a retirar la licencia, para el caso de los infractores de transito u otro documento si se trata de otras infracciones.

A esta altura ya se escucha, aún en sordina garabatos e insultos contenidos, más aún cuando se observa a la única cajera atender con lentitud exasperante y además conversar por teléfono por largos espacios sin importarle la mirada asesina de muchos de quienes se encuentran a la espera de pagar.

Sin embargo, las cosas no pasan a mayores, el público sabe que se puede empeorar la situación si se atreven a formular algún reclamo, ahí la cosa se puede poner aún más difícil, no es bueno despertar la ira de uno de estos funcionarios sin estar dispuesto a sufrir las consecuencias, por ello más vale soportar estoicamente la tramitación a que se es sometido, más aún cuando un letrero, pegado al lado de la caja advierte lo que le puede pasar a quien se salga de madre, en eso los funcionarios son precavidos…“Todas las agresiones, verbales hacia un funcionario de este municipio serán denunciadas a carabineros” se puede leer.

Lograda traspasar la última valla, pagada la multa, con el papel celeste en mano lograr la atención del dependiente es otra tarea  a la que hay que disponerse, pues los funcionarios desfilan hacia uno y otro lado con expedientes, oficios, se detienen a mirar un libro sobre un escritorio, anotan algo y siguen como si no hubiera nadie en el mostrador, de pronto uno de los, ya a esta altura , ex infractor, en voz alta y enarbolando el comprobante de pago, al igual que muchos otros, logra atraer la atención de alguno de los funcionarios quien se acerca y recoge los celestes comprobantes y comienza a devolver los documentos retenidos, al entregarlos advierte al receptor “guarde este comprobante al menos por un mes, no vaya a ser cosa…usted sabe”.

La impresión es que algún maquiavélico cerebro hubiera  dispuesto esta  tramitación para hacerte pagar, no sólo la multa, sino que el castigo doble de vivir este infierno burocrático para que no te queden ganas de volver a pasar a llevar las normas, o será que el abandono de estos juzgados responde más bien a que al municipio y al Alcalde no le interesa modernizar estas instalaciones para hacer más ágil, eficiente, moderno y llevadero el pago de multas e infracciones.

Será que este sistema decadente es otra muestra de la indiferencia de las autoridades, en este caso comunales, por el bienestar de las y los vecinos que además contribuyen pagando sus multas con muchos millones de pesos al presupuesto municipal, que bien podría invertir algo de eso en mejorar y modernizar las instalaciones.

Atónito el vecino, una vez terminada la tramitación, observa su reloj constatando que ha ocupado prácticamente toda la mañana, mientras en su cabeza retumba la advertencia, que le suena casi amenaza del funcionario: “guarde este comprobante al menos por un mes, no vaya a ser cosa…usted sabe”.

Edgar Guíñez M.

Comunicador Autodidacta

Director

SIC Noticias

 

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