Varias veces pasé por la calle Santo Domingo, en el barrio Yungay de Santiago de Chile. Solía visitar a mi amigo Claudio Rodríguez que poseía un departamento frente a la plaza del mismo nombre. Es un barrio antiguo, con avenidas ensombrecidas por árboles añosos y grandes casas que ofrecen su fachada directamente hacia la vereda.
En una de esas casonas habitaron durante varios años un grupo de okupas.
La mantenían limpia y bien cuidada, con algunos graffitis revolucionarios sobre la desgastada pintura y un muestreo siempre actualizado de avisos y afiches de eventos anarcosindicalistas y culturales que se desarrollaban en la ciudad. Sobre la puerta de entrada había un letrero que decía Centro Social Okupado, y algo más abajo, Biblioteca Popular Sacco y Vanzetti. Tuve deseos de entrar varias veces, pero siempre pasé apurado por ese lugar para alcanzar el último metro hacia la Estación Central.
En las tardes ofrecían cine callejero. Buenas películas como Riff-Raff, Salvatore Giuliano o Tierra y Libertad. Eran muy generosos y amables con los paseantes que caminaban por ambas veredas. Ya al oscurecer instalaban su proyector al frente, junto a la cuneta, para que la película se pudiera apreciar en la fachada de su casona. Sacaban algunas sillas algo despachurradas desde su guarida y las acomodaban de tal forma que cualquier persona pudiese sentarse y ver tranquilamente la película, sólo interrumpida por el ruido de los motores de los escasos autos que pasaban a esa hora.
Ellos se sentaban en la cuneta o en el suelo y sonreían a las personas como queriendo invitarlas a compartir con ellos esas bellas exhibiciones de cine.
Las sillas raramente eran ocupadas. No más de dos o tres personas por función se acercaban hasta ellos. Pero los okupas no se veían tristes por la poca convocatoria. Por el contrario, seguían distribuyendo sus panfletos, afiches, publicaciones, poemas y críticas de cine a las personas. No sé de dónde sacaban el dinero para mantenerse, porque nunca cobraban un sólo peso a nadie. Los miraba y tenía la certeza de su honestidad y de que nunca le hubiesen hecho daño a alguien que no se lo mereciera.
Hace tres años, el gobierno de Piñera mandó a allanar todas las casas okupas del barrio Yungay. Fueron desmanteladas y cerradas y varios de sus moradores fueron encarcelados y acusados de tener vinculaciones terroristas. Nunca se les pudo probar culpabilidad alguna, pero sirvieron como un buen pretexto para que el gobierno desviara la atención pública.
Hoy los graffitis lucen desteñidos y de los afiches apenas subsisten pequeños trozos en las paredes. El letrero fue arrancado por manos poco amigables.
Gruesos candados controlan la entrada y las enredaderas y plantas empiezan a secarse.
Especial para SIC Noticias por Jorge Muzam, escritor.