LA MATANZA DE CORPUS CHRISTI: Paren las prensas:  “extremistas” abatidos en “enfrentamientos”. Por Francisca Skoknic.

Para ocultar los crímenes en la “Operación Albania”, la CNI echó mano a una vieja fórmula: presentarlos como choques entre “fuerzas de seguridad” y “terroristas” armados. Aunque evidencias a simple vista y varios testigos apuntaban a que se trataba de fríos asesinatos, casi sin excepción la prensa oficial y el periodismo televisivo se hicieron eco del montaje. Solo los medios de oposición, de tiraje acotado, se atrevieron a cuestionar esta verdad oficial. ¿Cómo era ser periodista policial en dictadura? Algunos de los que reporteaban en esos años lo cuentan.

Por Francisca Skoknic

El encuadre no es perfecto, pero la foto que eligió La Tercera para su portada del 16 de junio de 1987 es muy gráfica. Cuenta por sí sola una historia, aunque en periodismo no siempre basta con una foto, por muy buena que sea. Porque la imagen que muestra es verdadera, pero la historia que cuenta es falsa.

Están en un primer plano los dos carabineros que giran la cabeza para mirar fijamente a la cámara. El más joven sostiene en su mano derecha una subametralladora apuntando hacia el suelo. Un par de metros más atrás, en segundo plano, está la noticia. Un cuerpo, un hombre, yace tirado sobre la vereda. Su rostro no se ve en la foto, porque está cubierto por un montón de hojas de diario. Entre los carabineros y el hombre está la evidencia. Una pistola y una granada.

En jerga policial se diría que ese es el sitio del suceso. Es 1987 en Santiago de Chile, hay un muerto, una pistola y una granada. No es muy difícil imaginar de qué se trata. “4 extremistas caen en tiroteos”, anuncia el titular principal de La Tercera. “Un individuo, identificado como Recaredo Valenzuela, murió en un enfrentamiento a tiros con efectivos de seguridad que intentaron detenerlo en Las Condes”, complementa la lectura de foto.

La Tercera, 16 de junio de 1987

Para entender el titular nos están faltando tres muertos que no aparecen en la imagen. Y otros ocho que aún no han muerto al momento de escribirse la noticia. Todos acribillados durante el día y la noche de Corpus Christi. No hará falta mucha creatividad periodística para bautizarla. Será la Matanza de Corpus Christi. Pero pasará a la historia como la Operación Albania, el enigmático nombre con que la Central Nacional de Inteligencia (CNI) llamó al despliegue de decenas de agentes de seguridad y los doce muertos que dejaron por todo Santiago en junio de 1987.

Dormir con las botas puestas
Las radios se enteraron primero. Y los periodistas policiales, que vivían colgados de las radios, corrieron a sus móviles para llegar al sitio del suceso antes de que fuera contaminado por los curiosos. Sólo sabían que había un muerto en calle Alhué, en Las Condes. Podía ser víctima de un delito común, quizás un asalto o un crimen pasional. Los informes de las radios eran escuetos.

El periodista Hernán Ávalos llevaba poco más de un mes trabajando en El Mercurio. Lo había reclutado Joaquín Lavín, quien entonces trabajaba en ese diario, después de ver su trabajo como reportero policial en La Tercera, desde donde cubrió varios de los casos de violaciones a los derechos humanos. Calcula que llegó a calle Alhué una hora después del tiroteo. El lugar estaba acordonado con una cinta plástica amarilla y alrededor del cuerpo trabajaban la Brigada de Homicidios de Investigaciones, Carabineros y la CNI.

La información era escasa. Entonces uno de los reporteros le hizo señas aÁlvaro Valenzuela, nombre operativo en la CNI de Álvaro Julio Federico Corbalán Castilla, a quien los medios citarían usando su segundo nombre: Julio Corbalán. Hernán Ávalos lo había visto sólo una vez, en circunstancias totalmente diferentes. Rara vez reporteaba de noche, pero excepcionalmente se había reunido con una fuente en la discotheque Eve de Vitacura, que entonces funcionaba más como una boite. De pronto, un foco apuntó a un rincón y se dio la bienvenida a Corbalán, con sus inconfundibles bigotes, un terno cruzado con solapas de terciopelo y una mujer en cada brazo. Su segundo encuentro sería igual de inolvidable y quedaría estampado en el expediente de la Operación Albania, luego de que Ávalos declarara ente un fiscal militar.

El Mercurio, 16 de junio de 1987

Corbalán fue el encargado de dar la versión oficial de la muerte de Recaredo Ignacio Valenzuela Pohorecky. Avalos lo recuerda bien: “‘Así mueren estos comunistas tales por cuales’, dijo. Contó que una patrulla que lo estaba esperando lo conminó a la detención cuando sacó una pistola. Cruzó la calle y cayó muerto. Después dijo que la mamá, que vivía en esa cuadra, estaba muy afectada, que por favor no la molestáramos, que los vecinos estaban muy asustados y ellos se habían comprometido a que no la iban a molestar. Lo que más dijo fue comunista, frentista, terrorista, pero en forma peyorativa, no con mucho respeto. Después vino esa frase célebre lanzada a modo de despedida: ‘Ah, duerman con las botas puestas’. Lo que yo interpreté es que esta era una operación del FMR y que ellos iban a combatir este resurgimiento del terrorismo. Con energía, naturalmente”.

-Todavía hablas de FMR, ¿es por convicción o se te quedó pegado eso de que el Frente Patriótico Manuel Rodríguez no es patriótico?
-Es que es más largo (ríe). Esa fue otra pelea perdida. Hubo una decisión editorial de El Mercurio de quitarle la P al FPMR. Yo lo escribía con P y mi editor decía: ‘Oye, Hernán, pero si tú sabes que no puedes ponerle la P a estos huevones. Es FMR’. Yo trataba de que saliera como tenía que ser, si ese era el nombre.

Recaredo Ignacio Valenzuela Pohorecky efectivamente era parte de la dirección nacional del FPMR. Su chapa era “Benito”, comandante Benito, pero los agentes de seguridad que le seguían los pasos lo conocían como “El chaqueta de cuero”. Tenía 30 años, un hijo y el informe de autopsia diría que murió de tres balazos por la espalda, a pocos metros de llegar a la casa de su madre.

El Mercurio publicó la versión dada por Corbalán, pero también la de una testigo: “Una empleada de casa particular dijo que Valenzuela murió acribillado a tiros cuando un agente de seguridad le disparó desde el interior de un utilitario blanco que se encontraba estacionado junto a la acera. Había otros tres policías en el interior”.

Entre el 15 y el 16 de junio, la CNI asesinó a 12 miembros del FPMR. En general, la prensa informó sobre enfrentamientos que nunca sucedieron.  Archivo diario La Nación. Universidad Diego Portales

La nota de La Tercera, El diario más vendido de Chile según su eslogan de la época, es incoherente. La primera parte va incluso más allá de la versión oficial, es casi cinematográfica. Funcionarios de seguridad efectuaban labores de patrullaje, Valenzuela les pareció sospechoso y cuando lo hicieron detenerse, “se volvió con una pistola en su mano derecha y una granada en la izquierda, intentando usarlas contra los efectivos que se vieron en la obligación de hacer uso de sus armas de servicio”. Luego, el diario simplemente pegó íntegro el comunicado de la CNI, según el cual contaban con una orden judicial para detener a Valenzuela, quien sacó una pistola y disparó. La granada la encontraron después, junto a dos cargadores y un arma blanca, asegura el comunicado, que tilda a Valenzuela de terrorista y lo identifica como “jefe de logística del FMR”. El frente no podía ser patriótico ni para El Mercurio, ni paraLa Tercera, ni para la CNI.

Uno de los periodistas que reporteó ese día para La Tercera fue Osvaldo Navas. “La nota en la noche pudo haber sido intervenida por el editor nocturno”, dice Navas, quien no recuerda exactamente qué pasó ese día, pero sí lo que ocurría a menudo: “Yo trabajaba normalmente hasta las 7 u 8, ahí entraba otro equipo que ampliaba, modificaba o complementaba. Seguramente en la noche llegó la versión oficial de la CNI y el editor no quiso cambiar la primera”.

Pasarían 18 años antes de que un fallo dictado por el ministro Hugo Dolmetsch certificara que Valenzuela fue emboscado por varios agentes de la CNI. Y aunque en sus declaraciones varios de ellos aseguraron que el frentista disparó primero, el juez llegaría a la convicción de que “para suponer un enfrentamiento, se le colocó una pistola a una distancia alejada de su cuerpo y, en la chaqueta que vestía, una granada”.

Un día largo
El informe meteorológico era importante ese día. “Santiago: la capital más fría del mundo”, informaba la portada de La Tercera, mientras que la de El Mercurioprecisaba el dato: “3,1 grados bajo cero en Santiago”. Fue un día frío e intenso para los agentes de la CNI, que se desplegaron por todo Santiago tras obtener una orden amplia de investigar de la Tercera Fiscalía Militar. Así de amplia: “Facultades de allanamiento y descerrajamiento, si fuere necesario, con habilitación de día y hora, para los lugares habitados o no, en los que se presuma la existencia clandestina de cualquiera de los elementos referidos en el artículo 2°, o de la comisión del delito contemplado en el artículo 8° de la Ley sobre Control de Armas, y especialmente el domicilio de calle Varas Mena N° 630 comuna de San Miguel. De la práctica de esta diligencia deberá darse cuenta dentro de las 24 horas de cumplida, poniendo a disposición de esta Fiscalía Militar a las personas detenidas”. Esta última parte de lo ordenado por la fiscalía no se cumplió.

El Mercurio, 16 de junio de 1987

Nueve meses antes, el FPMR había atentado contra el general Augusto Pinochet en el Cajón del Maipo y si bien el objetivo de la llamada “Operación Siglo XX” había fracasado, cinco de los escoltas murieron en el enfrentamiento. Desde entonces la CNI había desatado una cacería contra los integrantes del frente, muchos habían sido detectados y eran objeto de continuos seguimientos. Uno de ellos era “El chaqueta de cuero”, a quien esperaban fuera de su casa en la Remodelación San Borja y asesinaron más tarde en calle Alhué. Fue el primero ese día.

“La operación empezó el lunes 15 con allanamientos y detenciones en varios sectores de Santiago. Las comunicaciones internas de Investigaciones –captadas a través de un escáner– repetían Albania negativo”, recuerda el periodista Manuel Salazar, quien trabajaba como editor nacional del diario La Época.

El segundo frentista cayó en la calle Varas Mena de San Miguel frente al número 630, como pedía la orden del fiscal. El parte de Carabineros dice que eran las 18:45 cuando los agentes que iban a allanar la vivienda fueron atacados por varios individuos. El informe de la Brigada de Homicidios, en cambio, diría que no se pudo determinar que tal enfrentamiento existió. Patricio Ricardo Acosta Castro, de 25 años, recibió siete tiros, dice el informe de autopsia, y el que lo mató entró por la nuca. Según declararon los testigos en el proceso, le pusieron un pasamontañas, un arma en la mano y luego le tomaron una foto. Un par de horas antes, su novia Elizabeth Escobar Mondaca, de 29 años, había sido detenida por la CNI en calle Carmen con Avenida Matta. Ese mismo día también fue capturada su ex mujer y madre de su hijo, Patricia Quiroz Nilo, quien tenía 27 años, y estaba embarazada.

–¡Atención! ¡Atención! Operación Albania en curso

El mensaje fue captado esa noche por el escáner de la Policía de Investigaciones que tenía una periodista de La Época. Era tarde, ya estaba en su casa, pero Manuel Salazar recuerda que ella llamó al diario para avisar. La masacre ya tenía un nombre oficial.

Efectivamente la Operación Albania estaba en curso y la CNI volvió a atacar en calle Varas Mena pasada la medianoche, esta vez a una vivienda ubicada en el número 417, donde funcionaba una escuela de guerrilla clandestina del FPMR. Ahí sí hubo enfrentamiento, luego de que los agentes entraran desde las casas vecinas y también por la puerta principal, botando el portón con un auto. Varios frentistas alcanzaron a arrancar por los techos, otros fueron detenidos, mientras que Juan Waldermar Henríquez Araya y Wilson Daniel Henríquez Gallegos cayeron muertos al tratar de cubrir a sus compañeros.

“Ahí hicieron una ratonera. Siguieron a quien ya tenían ubicado, contactaron un lugar de reunión. Estas personas tenían armas, alcanzaron a defenderse y hubo un intercambio de disparos. Unos lograron escapar y otros fueron asesinados ahí, porque obviamente había una superioridad numérica bastante alta por parte de los organismo represores”, recuerda Osvaldo Navas.

Dos miembros del FPMR, encargados de una escuela de cuadros clandestinas, murieron al intentar huir por los techos de una vivienda atacada por la CNI.  Archivo diario La Nación. Universidad Diego Portales.

Antes que la prensa llegaron los camarógrafos de la CNI, liderados por el jefe del Departamento de Videos del organismo, Jorge D’Osso Bravo, quien declaró que después de cada operación su equipo grababa el sitio del suceso. Se editaba y hacían copias de las cintas, las que eran entregadas al Departamento de Psicopolítica de la CNI, para luego ser enviadas a los canales de televisión.

Pese a que era tarde, los diarios alcanzaron a incluir la noticia en su edición del día siguiente. Valenzuela, Acosta, Henríquez Araya y Henríquez Gallegos eran los cuatro extremistas de la portada de La Tercera, aunque solamente el primero alcanzó a ser identificado con nombre y apellido ese día.

Tampoco alcanzó a publicarse un hecho ocurrido casi al mismo tiempo que el enfrentamiento de Varas Mena. Otro grupo de agentes irrumpió en un block de Villa Olímpica, en Ñuñoa. El amplio despliegue de la CNI obligó a pedir refuerzos por radio a los mismos agentes que habían pasado el día deteniendo frentistas y que a esa hora estaban comiendo en El Pollo Caballo, cerca del Cuartel Borgoño.

Corrieron a la Villa Olímpica, donde vivía Julio Arturo Guerra Olivares, de 30 años, uno de los fusileros del atentado a Pinochet. Los agentes lanzaron bombas lacrimógenas antes de irrumpir en el departamento, subir al segundo piso y botar la puerta del baño, donde se escondía Guerra. Ahí mismo le dispararon, luego lo remataron en el pasillo y lo arrastraron hasta la escalera, donde le pusieron una pistola para simular un enfrentamiento.

“Todos sabíamos que era la CNI la que estaba operando. Era un gran contingente, por lo tanto suponíamos que era algo grande. Desde todas partes (Vicaría, Codepu, Fasic, Comisión Chilena de DD.HH., PP [Partidos Políticos], etc.) llegaban datos, pero todo era muy confuso. Había que esperar que la Dirección Nacional de Comunicación Social (Dinacos), entregara la versión oficial para luego tratar de saber quiénes eran los muertos”, recuerda Manuel Salazar. La edición de La Época cerraba más o menos a la hora en que murió Guerra y los periodistas no siguieron reporteando. Habría que esperar hasta el otro día para saber que la CNI sí había seguido trabajando.

Balas invisibles
Varios periodistas estaban avisados por el propio Álvaro Corbalán. Esa noche había que dormir “con las botas puestas”, pero de todos modos la prensa llegó cuando ya todo había terminado en la casa 582 de Pedro Donoso, una anónima calle de un barrio antiguo de Conchalí, que hoy es parte de Recoleta. Había habido un nuevo enfrentamiento en la madrugada, decía la versión oficial. Siete muertos más.

“Lo que llama la atención es que solo hubo tiros de un lado”, recuerda que despachó ese día el veterano reportero de Radio Portales Mario Antonio Gutiérrez. Le pareció evidente que ahí no había habido un enfrentamiento porque no se veían marcas de tiros frente a la casa donde murieron los frentistas, por lo tanto ellos no pudieron disparar hacia afuera. Era peligroso decirlo directamente, por eso se las arregló para dejar planteada la duda.

Las radios tenían mayor libertad porque despachaban en directo, dice Osvaldo Navas, quien además de escribir en La Tercera trabajaba en Radio Minería. “Lo que más nos impactó fue cuando nos avisaron que en la calle Pedro Donoso se había producido un enfrentamiento con muchos muertos. Era una calle chica, donde según lo que nos contaban voceros o algún confidente de los servicios de seguridad, había habido un enfrentamiento, pero afuera no había ningún impacto de bala. Si de los dos lados dispararon, tendría que haber balas. Entonces ya nos saltó la sospecha de que las cosas tan así no eran. Desde el principio nos olió muy mal. Estuve 30 y tantos años reporteando policía, estuve en enfrentamientos de verdad y las evidencias son distintas”, recuerda hoy.

Sin embargo, asegura que en el diario no tenía la libertad para plantear sus dudas: “Aparte de la autocensura que existía, uno podía insinuar cosas, pero siempre había tres jefaturas sobre ti. El gobierno, las policías o la CNI llamaban directamente al subdirector del diario. A mí me hacían pedazo la crónica nomás”.

Uno de los hechos que llamó la atención de los periodistas, es que en supuestos enfrentamientos no veían impactos de bala de lado y lado, sino solo desde uno.  Archivo diario La Nación. Universidad Diego Portales.

Su colega de El Mercurio, Hernán Ávalos, tiene un recuerdo similar de lo ocurrido en Pedro Donoso: “No había absolutamente ningún vestigio de que hubiese habido un enfrentamiento a tiros (…) Tú ya tenías una hipótesis de trabajo que decía que a los gallos los habían matado, claramente. Más si eran del FMR, era una cosa tirada de las mechas. Terroristas de mentira, que los pillan en pelotas, sin ningún guatapique para defenderse si es que los fueron a buscar para matarlos. Con mayor razón uno tenía que poner en duda la versión oficial”. Y aunque insiste que nunca lo censuraron ni le cambiaron sus notas, sí admite que si los editores decían que “había que irse con la versión oficial y esta cuestión aclarémosla más adelante, al final eso era lo que primaba”.

Lo cierto es que pese a la incredulidad de los reporteros, al día siguiente El Mercurio y La Tercera se centraron en la versión oficial de Dinacos. El diario de la familia Edwards apenas menciona en un par de líneas que no había señas de proyectiles en otras casas del sector, aunque sí lleva una nota en que dirigentes opositores plantean que la tesis de los enfrentamientos es poco creíble. La Tercera dedica una página entera a transcribir el comunicado de Dinacos y respecto a los impactos de bala, menciona que sí había proyectiles en el frontis interior y que la pandereta tenía varios ladrillos derribados.

El vespertino La Segunda, de la cadena El Mercurio, fue el primer diario en publicar el recuento completo de los sangrientos acontecimientos que tuvieron lugar desde el baleo a Recaredo Valenzuela el día anterior, hasta el episodio de calle Pedro Donoso: “12 muertos en enfrentamientos”, anunciaba en mayúsculas rojas su portada ese martes 16 de junio. El conteo detallaba que los doce muertos eran extremistas, que otros ocho habían sido detenidos y que cuatro agentes de la CNI habían sido heridos en los enfrentamientos. “Hay verdaderos terroristas profesionales. Muy bien adiestrados, con entrenamiento en Cuba”, decía una anónima fuente de la CNI.

Pese a que tampoco tiene demasiada información extra, La Época ocupa un lenguaje más neutro. En vez de hablar de terroristas o extremistas, como los otros tres diarios, habla de los hombres y mujeres que fueron abatidos. Además de la información oficial, cita a uno de los vecinos que pone el acento en la incongruencia de la versión de Dinacos: “No sentimos respuesta desde adentro, los balazos se escuchaban de afuera junto a los policías que decían: ‘Están rodeados, ríndanse’”.

La Época, 17 de junio de 1987

“El reporteo en ese entonces no era como ahora. Había que esperar que se decantaran los hechos para poder ser precisos y no cometer errores. Tampoco éramos partidarios de correr riesgos innecesarios. No podías andar preguntando a los carabineros o a los ratis ¿qué pasó? Teníamos fuentes confiables que siempre nos ayudaron a aclarar lo ocurrido”, cuenta Manuel Salazar, entonces editor del desaparecido diario La Época. En este caso, los relatos de los vecinos cuestionaban la tesis del enfrentamiento, que era “calcado” de montajes hechos antes por la CNI. Cuarenta y ocho horas más tarde, el FPMR se comunicaría con el diario para entregarles más datos de lo sucedido.

Como siempre, el diario opositor Fortín Mapocho fue el más osado a la hora de dar cuenta de la noticia. Aunque a esas alturas tampoco tenía mucha más información, habla de “presuntos enfrentamientos”, de que las doce personas fueron “acribilladas” , menciona el “exterminio” de dos células completas del FPMR y recoge testimonios de vecinos a los que les llamó la atención que si los frentistas se defendieron no hubiera balas en las casas vecinas.

Fortín Mapocho, 17 de junio de 1987

El riesgo de decir la verdad
En un escenario de cerco mediático por parte de los diarios más masivos, que en los días siguientes continuaron validando la versión de la CNI y DINACOS, los semanarios de oposición –Hoy, Cauce, Apsi, Análisis– jugaban un rol clave a la hora de investigar y dar a conocer lo que los periódicos ocultaban. En la edición publicada después de la Operación Albania, el título elegido por las revistas Análisis y Apsi fue idéntico: “La matanza de Corpus Christi”.

Análisis comenzaba el reportaje firmado por Patricia Collyer contando que al día siguiente todos los vecinos de Pedro Donoso repetían lo mismo: “¡Esto no fue un enfrentamiento! ¡Esto fue asesinato! ¡Que lo diga la prensa, que no mienta igual que el gobierno”. La nota recoge numerosos testimonios que cuestionan la tesis del enfrentamiento y hace la pregunta clave: ¿Las víctimas habían sido llevadas a Pedro Donoso para ser masacradas o los mataron antes y luego se simularon los asesinatos dentro de la casa?

En Apsi, la periodista Paz Egaña incluía relatos inéditos de los testigos de la matanza y detalles de quiénes eran las doce víctimas de la Operación Albania. La descripción de lo que pasó en Pedro Donoso estaba basada en los testimonios de los abogados de la Vicaría de la Solidaridad, que ya el viernes 19 de junio habían estampado una denuncia que cuestionaba la tesis del enfrentamiento basada en que solo se encontraron balas junto a los cuerpos de la víctimas.

Apsi, 22 al 28 de junio de 1987

“Me acuerdo particularmente de ese reportaje porque era muy largo y lo leí hace poco cuando alguien me dijo que yo aparecía en un libro, en una lista de los periodistas que el ministerio del Interior tenía fichados como los hiper peligrosos. Decía que me habían fichado por ese artículo. Lo busqué y no podía creer lo que había escrito, el nivel de detalle de la masacre. Lo que más me llamó la atención es lo fuerte que era, lo terrible que era. Estaban las fotos… Me dio como susto atrasado”, dice hoy Paz Egaña, quien tenía apenas 24 años cuando reporteó la Operación Albania.

Era otro periodismo, agrega Egaña: “Había la urgencia de que no siguieran matando gente. Estaban torturando gente, deteniendo gente, estaba desapareciendo gente. La urgencia no era contrastar, era contar la otra versión. La oficial ya estaba en la prensa y estaba en la tele, en todos lados. Entonces lo que había que hacer era contar la otra parte, punto. Uno lo planteaba como esto es lo que pasó, no lo que a usted le contaron. Y era lo que había pasado, todos los juicios nos han dado la razón de que todo lo que escribimos y publicamos era la verdad”.

A diferencia de los periodistas policiales de los diarios, Egaña no estuvo en los sitios del suceso de la Operación Albania. Su reporteo consistía mayoritariamente en ir todos los días a la Vicaría de la Solidaridad, hablar con los abogados, con las asistentes sociales, bucear en los archivos. En las revistas opositoras los periodistas firmaban sus notas, algo poco común en esa época en los diarios, lo que los exponía mucho más ante los agentes de la dictadura.

El boletín que publicaba la Vicaría de la Solidaridad daba cuenta de que en los días de la Operación Albania estaban presos los periodistas Felipe Pozo y Gilberto Palacios de Fortín Mapocho, mientras que Juan Pablo Cárdenas, deAnálisis, había sido sentenciado a reclusión nocturna. Periodistas de revistaCauce habían sido amedrentados y profesionales de revista Hoy enfrentaban un proceso por sedición. Era habitual que ediciones completas de las revistas de oposición fueran incautadas o censuradas al punto que se publicaban completamente en blanco.

Cauce, 22 al 28 de junio de 1987

Los medios oficialistas, en cambio, guardaban la sensación de normalidad. El viernes 19 de junio de 1987, apenas tres días después de la Operación Albania, tuvo lugar en Valparaíso la reunión anual de la Asociación Nacional de la Prensa (ANP). “Se han producido indudables avances positivos que, en la actualidad, configuran un campo de amplio ejercicio de la libertad de expresión”, dijo el ministro secretario general de Gobierno, Francisco Javier Cuadra, en la ceremonia. El Mercurio aprovechó la frase para abrir la nota. El vocero del régimen criticó también la tendencia a cubrir cualquier actividad político-partidista sin discriminar si esos partidos eran legales, tema que el diario usó para titular el artículo. Las veladas críticas a las restricciones del trabajo de los periodistas por parte del presidente de la ANP ocuparon un lugar secundario para el periódico de Agustín Edwards.

Francisco Javier Cuadra representaba en esos días la mano dura contra la prensa. “Es lo peor que le ha pasado a la prensa, lo peor. Todo periodista de la época, cuál más cuál menos, tuvo problemas con él. Era un tipo muy dictatorial, muy tirano”, dice Hernán Ávalos. “El máximo interventor que tuvo el gobierno era Cuadra, que hablaba directamente con el director del diario. Al director de La Tercera Iván Cienfuegos le costó la pega justamente porque lo mandó a la punta del cerro”, complementa Navas.

Para los periodistas que trabajaban en los medios oficialistas el trabajo tampoco era fácil. Ávalos se considera un hombre de izquierda que vivía en conflicto permanente, “pero resulta que la opción era entregar la cancha. Regalar el poco espacio que tenía. Preferí quedarme aquí y dar una pelea dentro de lo que pude, incluso a veces arriesgando el pellejo y la integridad de mi familia. Varias veces con amenazas de muerte de por medio. Uno tenía que aguantar eso y seguir trabajando. O te dedicabas a vender autos”. Además, tenían que lidiar con la competencia desleal dentro de sus propios medios de periodistas “reclutados” por los servicios de inteligencia, que tenían acceso a información directa que muchas veces contradecía lo que ellos reporteaban.

La Tercera, 17 de junio de 1987

“Uno se sentía un poco frustrado, un poco utilizado y uno intentaba meter su golcito por ahí de repente. Muchos podrán decir hoy por qué no renunciaste. ¿Y mi familia come con qué? A lo mejor fui parte de una mentira. Por eso los periodistas pidieron perdón. Y el Colegio de Periodistas, que es el que me representa a mí, dijo que no se había dicho la verdad y se enjuició a los mayores responsables. Yo traté de sembrar la duda, de poner un granito de arena, otros sacaron arena con buldózer. Yo quiero y admiro a los colegas que estaban en la Vicaría de la Solidaridad. Fui dirigente del Colegio de Periodistas los últimos cuatro años de Pinochet, saqué un diario clandestino, trabajé con elPepe Carrasco, que fue uno de los mártires nuestros, pero bueno, qué quieres, hay que vivir”, reflexiona hoy Osvaldo Navas. Y explica las limitaciones de reportear casos como la Operación Albania:

“Tú sabías que ibas a perder a la larga con una versión verdadera. Estos casos empezaron a filtrarse a través de medios que podían o se arriesgaban a hacerlo. Las verdades las tenían los colegas que trabajaban en medios que se las jugaban, que no estaban a las órdenes del gobierno como La Tercera. Y para qué hablamos de El Mercurio”.

La justicia tarda
Pese a que los medios opositores dejaban claro que los frentistas muertos en calle Pedro Donoso no se habían defendido, la verdad resultó ser más cruda que lo que se alcanzaba a esbozar en esos primeros días. Los hombres y mujeres que murieron ahí se llamaban Esther Angélica Cabrera Hinojosa, Manuel Eduardo Valencia Calderón, Ricardo Hernán Rivera Silva, Elizabeth Edelmira Escobar Mondaca, Patricia Angélica Quiroz Nilo, José Joaquín Valenzuela Levi y Ricardo Cristian Silva Soto.

Ya en 1991 el informe de la Comisión Rettig certificó que todos ellos habían sido ejecutados. La justicia militar peleó por años para mantener la jurisdicción sobre el caso. Cada vez que se pedía nombrar un ministro en visita, la Corte Suprema lo negaba por un voto: el del fiscal militar Fernando Torres Silva, que podía votar en el pleno cuando se trataban temas castrenses. Se renovaba una y otra vez la prohibición de informar sobre el caso. En 1996, el proceso estuvo apenas unos meses en manos de la justicia civil, para volver a la militar, que rápidamente lo sobreseyó. Recién en diciembre de 1997 la Sala Penal de la Corte Suprema ordenó reabrir la investigación, aún con el voto disidente de Torres Silva.

Once años más tarde y con el proceso por las ejecuciones sumarias recién reabierto, El Mercurio dedicó un reportaje de una página a la Operación Albania. Ni el paso del tiempo ni los especiales que año a año dedicaban los otros medios, cada vez con más antecedentes de la matanza, convencían al decano de la prensa de que todo había sido un montaje. Al menos ya dedicaba un espacio ecuánime para ambas versiones: “Dos historias, un final”, titulaba.

Las Últimas Noticias, 19 de junio de 1987

1998 fue un año decisivo para empezar a conocer la verdad. En abril, Hugo Dolmetsch asumió como ministro en visita designado por la Corte Marcial y le puso acelerador a la investigación, con lo cual también comenzaron a filtrarse a la prensa nuevos detalles aportados por algunos ex agentes que empezaban a romper el pacto de silencio. Para el undécimo aniversario de la Operación Albania, La Tercera publicó una detallada infografía sobre cómo ocurrieron los hechos de calle Pedro Donoso e informó que había decenas de testigos que acreditaban fehacientemente que se trató de homicidios calificados. Ya en julio se dictaron los primeros procesamientos de ex agentes de la CNI.

Tendrían que pasar otros siete años para que en 2005 se pronunciara el fallo de primera instancia y se configurara la certeza jurídica de lo ocurrido en Pedro Donoso. Durante la tarde del 15 de junio de 1987 las siete víctimas fueron aprehendidas en distintos puntos de Santiago por la CNI y trasladadas a los calabozos del Cuartel Borgoño, pese a que el organismo de seguridad no tenía facultades para tener detenidos en el cuartel. Eran más de las cuatro de la mañana cuando fueron llevados a la casa de Pedro Donoso.

La Brigada de Criminalística de Investigaciones confirmó lo que los periodistas ya sabían: solo hubo disparos de los agentes de la CNI. A la falta de balas afuera, el peritaje agregó que los proyectiles encontrados no correspondían a las armas encontradas junto a los cuerpos. Aunque las víctimas tenían numerosos disparos, que provenían de a lo menos doce armas, todas tenían un balazo en la cabeza con la potencia suficiente para provocarles la muerte instantánea. Además, la trayectoria de las balas demostraba que estaban arrodillados o acostados al momento de morir.

Antes de ser ultimados, los detenidos fueron repartidos en distintas piezas de la casa. Oficiales de bajo rango se pararon junto a ellos a la espera de una señal. Entonces les dispararon en la cabeza, mientras afuera otros agentes lanzaban ráfagas para simular un enfrentamiento. Ya estaban muertos los siete, pero no bastaba con eso. Había que rematarlos para que no quedara duda del enfrentamiento. Las armas colocadas junto a los cuerpos eran el punto final del montaje. O casi: “Para enfatizar frente a la justicia y al público en general la idea del enfrentamiento, el director de la CNI (general de Ejército Hugo Salas Wenzel) posteriormente informó que habían resultado cuatro agentes de dicha institución heridos de gravedad y mediana gravedad, lo que resultó no ser efectivo”, sentenció Dolmetsch. Buscaban impunidad y por 18 años la consiguieron.

Fortín Mapocho, 20 de junio de 1987

Salas Wenzel fue uno de los que negó hasta el final su participación en los hechos y defendió la tesis del enfrentamiento. “Respecto de su asistencia a una reunión de camaradería en el Club de Oficiales de Rondizonni, expresa que sí asistió con el solo objeto de hacer acto de presencia y dar al personal un reconocimiento, ya que se le informó que estaban con la moral baja, pero todo en el convencimiento de que los hechos habían ocurrido como señaló, esto es, en enfrentamientos”, dice el fallo. Pero Álvaro Corbalán, que ya había confesado, aseguró que fue Salas Wenzel quien le dijo que había que eliminar a los detenidos y que al asado que se hizo en el club Rondizonni un par de días después, “(Salas Wenzel) llevó unas botellas de whisky, fue el único orador de la reunión y felicitó a todo el personal por la culminación y participación que se tuvo en la Operación Albania”.

 

FUENTE: http://www.casosvicaria.cl/temporada-dos/paren-las-prensas-extremistas-abatidos-en-enfrentamientos/?utm_source=Twitter&utm_medium=Durante&utm_content=Info&utm_campaign=CapituloOnceyDoce#

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